Hacía mucho calor, como de costumbre, suerte la de Kaze y la de sus habitantes de tener mucha afiliación a aquella temperatura. Kaze no solía salir sin motivos pero hoy, había tomado una excepción. No había nadie en su casa ese día, sus padres estaban trabajando y su hermano en una misión indefinida, le comía la curiosidad de saber de que se trataba.
En la parte este de la Aldea de la Arena se encontraba un pequeño oasis sin plantas ni arboles a su alrededor. Lo decoraban dos cajas rotas y viejas junto a un barril con su misma edad. Aburrido pero sin otra cosa que hacer, decidió sentarse a los pies del barril para apoyar su espalda en él. El acantilado que tenía sobre su cabeza hacía sombra en el oasis impidiendo que se secara y bajando la temperatura del lugar.
Cogía piedras del vasto suelo, tirandolas al oasis interesado en las ondas que se formaban al impactar.